Todo sobre UG Krishnamurti

diciembre 7, 2012

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A U.G. Krishnamurti se lo conoce muy bien en los círculos espirituales como una figura extraña, enigmática, e iconoclasta. Se lo ha llamado muy a menudo, y acertadamente, el «anti-guru», el «sabio de la furia», y también, el «Don Rickles de la escena de los gurues». El hombre es un Rudra andante que dispara misiles verbales directamente al corazón de las catedrales más protegidas de la cultura humana. No perdona ninguna tradición, por más antigua que sea, ninguna institución, por más establecida que esté, y ninguna práctica, por más sagrada que sea. Nunca han sido las bases de la civilización humana, sometidas a semejante crítica devastadora, como lo son por este hombre llamado U.G.

A diferencia de J. Krishnamurti, U.G. no ofrece «charlas» al público general, ni «entrevistas» al personal VIP. No escribe diarios ni notas y no hace «comentarios» sobre el vivir. Existe una inusual pero auténtica atmósfera de informalidad alrededor de U.G. Uno no tiene que suplicar el favor de algún pomposo «devoto» o «trabajador» para hablar con él. Las puertas de U.G., en donde resulte estar, están siempre abiertas a los visitantes. En un alto contraste con la mayoría de los gurues contemporáneos, U.G. no parece discriminar a sus visitantes según su riqueza, posición, casta, raza, religión, o nacionalidad.

A pesar de su avanzada edad, continúa viajando por el mundo en respuesta a las invitaciones de sus amigos. Sus movimientos «migratorios» alrededor del globo le han ganado un círculo de amigos mayormente devoto en muchas partes del mundo, incluso en China, en donde las traducciones de su best seller, La Mística de la Iluminación, publicado en 1982, están en circulación. Un segundo libro, La Mente es un Mito, publicado en 1988, es también muy popular entre la audiencia desencantada con la escena de los gurues. Un tercer libro, El Pensamiento es su Enemigo, se ha publicado recientemente. Esos libros contienen transcripciones editadas de conversaciones con un numeroso número de personas en diversas partes del mundo. Es increíble que U.G. no reclame derecho de copias sobre esos libros. E incluso va más lejos aún, al declarar que «Usted puede reproducir, distribuir, interpretar, malinterpretar, distorsionar, arruinar, o hacer lo que quiera, incluso reclamar autoría, sin mi consentimiento o el permiso de nadie.» Dudo mucho que esto tenga algún precedente en la historia. U.G. hace lo mismo que la naturaleza. La naturaleza no reclama derechos de copia sobre sus creaciones. Y tampoco lo hace U.G.

U.G. dice no tener ninguna «enseñanza espiritual.» Él ha señalado que una enseñanza espiritual presupone la posibilidad de un cambio o una transformación en los individuos, y ofrece técnicas o métodos para producirlos. «Pero no tengo tales enseñanzas porque cuestiono la misma idea de una transformación. Yo mantengo que no hay nadie a quien transformar o cambiar en usted. Así que, naturalmente, no tengo ningún arsenal de técnicas de meditación o prácticas,» dice. Aunque pueda no haber una «enseñanza espiritual», en el sentido convencional, parecería innegable que sí hay una «filosofía» en su creciente grupo de declaraciones, una «filosofía» que se resiste a ser asimilada por las tradiciones establecidas, occidentales u orientales, y una que vale la pena examinar. U.G. es lo suficientemente importante como para no ser dejado a las «viudas» de J. Krishnamurti y a los «divorciados» de Rajneesh (para usar términos de U.G.) Él merece atención crítica por parte de la comunidad filosófica, particularmente en India, en donde las tradiciones de todas las generaciones muertas pesan como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos.

Lo que mejor describe la aproximación filosófica de U.G. es el término «no racional.» No está interesado en ofrecer soluciones a los problemas. Su único interés es señalar que la solución es el problema. O como observa a menudo, «Las preguntas nacen de las respuestas que ya tenemos.» El origen de las preguntas son las respuestas que hemos sacado de nuestra tradición. Y esas respuestas no son respuestas verdaderas. Si las respuestas fueran verdaderas, las preguntas no permanecerían. Pero las preguntas persisten. A pesar de todas las respuestas de nuestra tradición seguimos preguntando sobre Dios, el sentido de la vida, etc. Por ello, U.G. mantiene, las respuestas son el problema. La verdadera respuesta, si la hay, consiste en la disolución tanto de las respuestas como de las preguntas heredadas de nuestra tradición.

El enfoque de U.G. también es «no racional» en otro sentido. No usa argumentos lógicos para tratar con las preguntas. Emplea lo que llamo el método de resolución de la pregunta en sus necesidades psicológicas constitutivas. Luego demuestra que esa necesidad psicológica no tiene fundamento. Considere, por ejemplo, la cuestión de Dios. U.G. no se interesa en argumentos lógicos a favor o en contra de Dios. Lo que hace es resolver la pregunta en su necesidad constitutiva oculta de felicidad o placer permanente. U.G. señala luego que esa demanda de felicidad permanente no tiene fundamento fisiológico en el sentido de que el cuerpo no podría tolerar esa permanencia. O como lo dice él mismo:

Dios o la Iluminación es el máximo placer, la felicidad sin interrupciones. Nada de eso existe. Querer algo que no existe es la raíz de su problema. La transformación, la liberación, etc., son todas variaciones del mismo tema: la felicidad permanente. El cuerpo no puede soportar placer ininterrumpido por mucho tiempo; se destruiría. Desear un estado ficticio de felicidad permanente es en realidad un serio problema neurológico.

El problema de la muerte sería otro ejemplo. U.G. descarta las especulaciones sobre el «alma» y el «más allá.» Mantiene que no hay nada dentro nuestro que vaya a reencarnar después de la muerte. «No existe nada dentro suyo más que miedo,» dice. Su interés es señalar que la demanda por la continuidad del «experimentador,» que está detrás de las preguntas sobre la muerte, no tiene sentido. En sus propias palabras:

Su estructura de experimentación no puede concebir ningún evento que no vaya a experimentar. Incluso espera presidir su propia disolución, y así se pregunta cómo se sentirá la muerte, y trata de proyectar la sensación de que como será no sentir. Pero para anticipar una experiencia futura, su estructura necesita conocimiento, una experiencia pasada similar que pueda recordar como referencia. Usted no puede recordar como se sentía no existir antes de nacer, y no puede recordar su propio nacimiento, así que no tiene bases para proyectar su futura no existencia.

UG también repudia muchas de las suposiciones de los filósofos de la Razón. Piensa en Aristóteles cuando declara que «Quien quiera que haya dicho que el hombre es un ser racional se engañó a sí mismo y nos engañó a todos.» U.G. sostiene que la fuerza controladora de la acción humana es el poder y no la racionalidad. De hecho mantiene que la racionalidad es en sí misma un instrumento del poder. El enfoque racionalista se basa en la fe en la habilidad del pensamiento para transformar la condición humana. U.G. contrapone que esa fe en el pensamiento es infundada. De acuerdo con él, el pensamiento es un instrumento divisivo y finalmente destructivo. Solo está interesado en su propia continuidad y convierte todo en un medio para su propia perpetuación. Solo puede funcionar en términos de una división entre el llamado yo o ego y el mundo. Y esa división entre un ilusorio yo y un mundo contrapuesto es finalmente destructiva porque resulta en el engrandecimiento del «yo» a expensas de todo lo demás. Por eso es que todo lo que nazca del pensamiento es dañino de una forma u otra. Así que el pensamiento no es el instrumento que puede transformar nuestra condición. Pero U.G. tampoco señala alguna facultad espiritual como la intuición o la fe como el instrumento salvador. Descarta la intuición como nada más que una forma de pensamiento sutil y refinado. Y la fe, como solo una forma de esperanza sin ningún fundamento.

Pero U.G. sí habla de algo como una inteligencia nativa o natural del organismo vivo. La inteligencia «adquirida» del intelecto no se compara con la inteligencia nativa del cuerpo. Es esa inteligencia la que está en operación en los extraordinariamente complejos sistemas del cuerpo. Uno solo tiene que examinar el sistema inmunológico para comprender la naturaleza de esa inteligencia innata del cuerpo vivo. U.G. sostiene que esa inteligencia nativa del cuerpo no está relacionada con el intelecto. De esta forma no puede usarse o dirigirse para resolver los problemas creados por el pensamiento. No está interesada en las maquinaciones del pensamiento.

El pensamiento es el enemigo de esa inteligencia innata del cuerpo. El pensamiento es perjudicial para el funcionamiento armonioso del cuerpo porque convierte todo en un movimiento de placer. Esa es la forma en que asegura su propia continuidad. La búsqueda de permanencia es también otra forma en la que el pensamiento se vuelve hostil al funcionamiento armonioso del cuerpo. Según U.G., la demanda de placer y permanencia destruye, a la larga, la sensibilidad del cuerpo. Al cuerpo no le interesa la permanencia. Su sistema nervioso no puede manejar estados permanentes, ni placenteros ni dolorosos. Pero el pensamiento ha proyectado la existencia de estados permanentes de paz, dicha, o éxtasis con el fin de mantener su continuidad. Hay, de esta forma, un conflicto fundamental entre las demandas de la «mente» o el pensamiento y el funcionamiento del cuerpo.

Este conflicto entre el pensamiento y el cuerpo no puede ser resuelto por el pensamiento. Cualquier intento del pensamiento por tratar con este conflicto solo agrava el problema. Lo que tiene que terminarse es la interferencia distorsionadora del mecanismo de auto perpetuación del pensamiento. Y eso no puede, obviamente, ser activado por ese mecanismo mismo. U.G. mantiene que todas las técnicas y prácticas para terminar o controlar el pensamiento son fútiles porque son ellas mismas el producto del pensamiento y los medios de su perpetuación.